Una flor ignorada,
arraigada en la roca más
estéril y dura,
se levanta del odio en
torbellino
sobre el mar tenebroso de
la vida.
Y crece solitaria, abre
los pétalos
de su luz en serenas
alboradas
-más blanca que una
aparición divina-
hasta encerrarse en sueños
al anochecer.
Espera suplicante
que la abracen las olas de
la vida;
que la arranquen del
páramo
de la desolación,
encendiendo la noche con
su luz.
Pero las olas huyen de la
flor de la Paz
que llama sin cesar desde
la roca:
No espumarán de odio...
Tienen miedo
del encanto del sol y del
amor.
Eugen Relgis
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